¿Amar a mis enemigos?
¡Dirk Willems corría para salvar su vida! Era el año de 1569. El lugar era Asperen, Holanda. Dirk había sido abordado por un guardia con la intención de arrestarlo. Dirk corrió por los campos helados, tratando de escapar, y llegó a una masa de agua cubierta por un hielo delgado. Siguió su marcha veloz sobre el hielo, tratando de evadir la captura. Pero de repente se dio cuenta de que el guardia lo había seguido sobre el hielo, pero con terribles consecuencias. La delgada capa de hielo se había roto, y ahora el guardia que había caído en el agua helada agitaba los brazos inútilmente.
Dirk volvió rápidamente, y ayudó al hombre que se ahogaba. Lo arrastró hasta dejarlo a salvo en la orilla. El guardia agradecido quiso dejar a Dirk en libertad, pero el magistrado no mostró ni la más mínima consideración. Al contrario, le recordó al guardia empapado que estaba obligado, bajo juramento, a entregar a los criminales ante la justicia. Dirk fue atado y enviado a la cárcel. Allí fue interrogado y torturado en un esfuerzo infructuoso por forzarlo a renunciar a su fe. Fue juzgado y declarado culpable de haber sido rebautizado, de celebrar reuniones secretas en su casa, y de haber permitido bautismos en su casa; cargos que Dirk aceptó libremente. Fue condenado a muerte por fuego y sufrió la muerte cruel de un mártir.
¿Por qué Dirk dio marcha atrás y rescató a su perseguidor poniendo en peligro su propia vida? ¿Actuó como un tonto? ¡No! Dirk no era un tonto. Dirk era un discípulo de Jesucristo. Hizo exactamente lo que Jesucristo pidió de sus discípulos. Jesús dijo: “Amad a vuestros enemigos … haced bien a los que os aborrecen.”
Dirk Willems pertenecía a un grupo religioso llamado los anabaptistas (los que se bautizan de nuevo). Los anabaptistas creían que un cristiano no sólo debe creer en Jesucristo, sino que también debe hacer lo que Jesús dice.
“Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues. A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva. Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto. Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos. Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso” (Lucas 6:27-36).
¿Quiénes son mis enemigos? Mis enemigos son los que me aborrecen. Los que me perjudican. Los que buscan mi ruina. Los que me hieren o lastiman. ¡Ésos son mis enemigos! ¿De verdad espera Jesús que yo ame a personas peligrosas como ésas? ¿Es posible amar a nuestros enemigos?
Jesucristo nos mostró que sí es posible amar a nuestros enemigos. Después de que sus enemigos le introdujeran clavos en las manos y los pies, y después de que le quitaran la ropa, le escupieran y lo golpearan, Jesús oró con amor: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.” Él era el Hijo de Dios. Estuvo presente en la creación. Sin embargo, permitió que los mismos seres humanos que él había creado lo golpearan y asesinaran. Oró: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
¿Cómo espera Jesucristo que yo le muestre amor a mi enemigo?
- “Haced bien a los que os aborrecen.”
- “Bendicid a los que os maldicen.”
- “Orad por los que os ultrajan.”
- “Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra.”
- “Al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues.”
- “Al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva.”
¡Es mucho más fácil odiar a tu enemigo que amarlo! Amar a tu enemigo es la muestra maestra de la fortaleza de carácter y la excelencia. Un hombre no puede alcanzar este nivel de amor simplemente por pura determinación y disciplina. Este tipo de amor sólo lo alcanzan aquellos que han experimentado el poder purificador de Dios por medio de la sangre de Jesucristo. Cuando una persona se ha limpiado del pecado y ha permitido que el poder del Espíritu Santo de Dios controle su vida, podrá entonces, y sólo entonces, amar verdaderamente aun a su peor enemigo.
Le corresponde a Dios llevar las cuentas de las injusticias que se cometen en este mundo y hacer justicia. “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12:19-21).